martes, 23 de junio de 2009

¿Cómo se mide la vida?

La vida no se mide anotando puntos, como en un juego. La vida no se mide por el número de amigos que tienes, ni por cómo te aceptan los otros.

No se mide según los planes que tienes para el fin de semana o por si te quedas en casa sólo. No se mide según con quien sales, con quien solías salir, ni por el número de personas con quienes has salido.

No se mide por las personas que has besado. No se mide por la fama de tu familia, por el dinero que tienes, por la marca de coche que manejas, ni por el lugar donde estudias o trabajas.

No se mide ni por lo guapo ni por lo feo que eres; ni por la marca de ropa que llevas, ni por los zapatos, ni por el tipo de música que te gusta.

La vida, simplemente, no es nada de eso.

La vida se mide según a quién amas y según a quien dañas. Se mide según la felicidad o la tristeza que proporcionas a otros. Se mide por los compromisos que cumples y las confianzas que traicionas.

Se trata de la amistad, la cual puede usarse como algo sagrado o como un arma. Se trata de lo que se dice y lo que se hace y lo que se quiere decir o hacer, sea dañino o benéfico.

Se trata de los juicios que formulas, por qué los formulas y a quién o contra quién los comentas. Se trata de a quién no le haces caso o ignoras adrede. Se trata de los celos, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.

Se trata del amor, el respeto o el odio que llevas dentro de ti, de cómo lo cultivas y de cómo lo riegas. Pero por la mayor parte, se trata de sí usas la vida para alimentar el corazón de otros.

Tú, y sólo tú escoges la manera en que vas a afectar a otros y esas decisiones son de lo que se trata la vida, porque las mejores medidas sobre nosotros mismos las hacen los demás, ellos serán los que medirán nuestra vida.

domingo, 14 de junio de 2009

El corazón más bello

Un buen día, un hombre en el centro de un poblado y proclamó a gritos que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca.

Una gran multitud se congregó a su alrededor, y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni manchas ni rasguños.

Sí, todos coincidieron en que era el corazón más hermoso que habían visto. Al sentirse admirado, el joven se sintió aún más orgulloso y, con mayor fervor, aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.

De pronto, un anciano se acercó y dijo:

- ¿Por qué dices es, si tu corazón no es, en realidad, tan hermoso como el mío?

Sorprendido, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices, e incluso había zonas donde faltaban algunos pedazos, los cuales habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban grandes trozos.

La gente se sintió sobrecogida. ¿Cómo puede decir que su corazón es más hermoso?, pensaron.
El joven contempló el corazón del anciano y, al ver su deteriorado aspecto, se echó a reír.

- Debes de estar bromeando- le dijo-. Compara tu corazón con el mío. El mío es perfecto. En cambio, el tuyo es un amasijo de cicatrices y dolor.

- Es cierto, dijo el anciano, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo. Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes, de los cuales me alegro, porque me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo veces en las que entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí los huecos. Dar amor es arriesgar; pero, a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza de que algún día, tal vez, regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?

El joven permaneció en silencio. Por sus mejillas corrían las lágrimas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.

El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón; luego, a su vez, arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y tapó con él la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.

El joven miró su corazón, que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

domingo, 7 de junio de 2009

Un relato sobre amor

Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos.

La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.

Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.

Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo...

Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.

Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.

Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.

Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.

El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:

- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?

- Seguro - fue la respuesta.

- Entonces en tres días estaré aquí.

Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.

El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.

Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.

A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.

Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo.

El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.
Related Posts with Thumbnails