miércoles, 25 de marzo de 2009

Dos meses de vacaciones

Hoy ha llegado a mi correo, un mail sobre un artículo publicado en El Diario de Sevilla, escrito como respuesta a otro artículo que venía a querer decir que los profesores están anquilosados y que sólo les preocupan los dos meses de vacaciones:

Attn Sr. Carlos Mármol

De un profesor con dos meses de vacaciones.

Acabo de leer su artículo y no puedo más que avergonzarme ante su total parcialidad y falta de rigor. Mi abuelo me decía que no hay nada peor que alguien que habla de lo que no conoce; mi abuelo, al igual que yo era docente.

En primer lugar, sé que escribirle esto es perder mi tiempo, puesto que no saldrá nunca a la luz porque no interesa, interesa tirarnos a los pies de los caballos desde el desconocimiento de nuestra labor docente, pero que mas da, como tengo tanto tiempo libre ¿verdad?, que eso es lo único que importa, el tiempo libre que tengo, no que siendo funcionario de carrera y haber dedicado 4 años de mi vida a estudiar para unas oposiciones de grupo A, sea el funcionario con menos sueldo, pero bueno, como tengo dos meses de vacaciones…

A la gente como usted, que habla sin saber, lo invito a que se pase por mis clases de primero de bachillerato en el IES Nervión, donde tengo 37 alumnos y tres niveles bien diferenciados, en alumnos con edades comprendidas entre los 16 y los 19 años, o que intente dar clase a 36 alumnos de segundo de bachillerato, o que se pase por mi clase de primero de ESO E, donde tengo seis alumnos con necesidades educativas especiales, alumnos con una edad mental de 7 años, a los que tengo que formar y para lo que no estoy preparado. Pero eso tampoco importa, importa que tenga dos meses de vacaciones…

Eso si, tenemos tres clases con 20 ordenadores modernísimas que cuando intento programar una actividad en la red, debido a la limitación del ancho de banda, rara vez funciona, esa es la solución, ordenadores.

A usted, señor periodista, le llamaría la atención sobre el hecho de que absolutamente nadie relacionado con nuestra consejera, ha estado jamás en un aula, y pretenden cargar al docente con el fracaso del sistema educativo, si FRACASO con mayúsculas, puesto que no se puede tener a un alumno hasta los 16 años sin otra aspiración que molestar en clase, porque una ley absurda no le da otra opción y no permite al alumno, que verdaderamente quiere aprender, avanzar en su formación.

No todos podríamos ser electricistas, ni escultores ni, como es obvio, buenos periodistas, ni podemos ser buenos estudiantes, aunque sea políticamente incorrecto decirlo.

Tiene que haber otra salida para estos alumnos, que desde los 11 años, todos sabemos que no van a titular.

Pero eso no importa, importa que no quiero trabajar porque tengo dos meses de vacaciones…
Mi profesión me apasiona, y al 99 por ciento de mis compañeros, por eso el lunes iré a clase con mis alumnos que sí aprecian los esfuerzos que hago por darles una enseñanza de calidad desde la precariedad de recursos, y el hecho de empezar una semana antes no es relevante, lo es que gente como usted hable desde el desconocimiento mas avergonzarte.

Esos padres que ponen el grito en el cielo, no dudan en llevarse a sus hijos una semana de viaje a Disneyworld, o tres días al Rocío, o si hay un puente y el viernes hay clase, pues bueno no pasa nada, ya irá el lunes; pero cuando llega septiembre el instituto se convierte en la guardería.
Cuantas veces he escuchado lo de "pa que este en casa dando por…que se vaya al instituto a darle por… al profesor", pero claro eso tampoco es importante, mis dos meses de vacaciones si lo son.

A ver si se entera: Es completamente imposible empezar antes por mil razones, entre otras cosas porque de mis 37 alumnos de bachillerato, 4 de ellos llegaron a los dos meses de empezado el curso, porque hasta el 12 de septiembre no supe a quien tenia que darle clase. Nosotros no empezamos a trabajar el 7 de septiembre, que eso es lo que gente como usted se cree, la planificación de un curso requiere mucho trabajo, pero eso tampoco importa, importan mis dos meses de vacaciones.

¿Sabe usted lo que es estar en una clase de 30 niños de 11 años, sin libros de texto, sin grupos definidos, sin un plan de trabajo a seguir y sin interés ninguno?

Y para su información llevo 9 años dando clase y no estoy anquilosado, en los 14 centros en los que he desarrollado mi labor docente, quizás haya conocido a tres compañeros con 30 años de tiempo de servicio y sin fuerzas para seguir luchando, pero yo tengo mas de 1500 horas de formación complementaria, y dedico muchas horas de todo ese tiempo libre que tengo a corregir exámenes en mi casa, en vez de estar con mi hijo, he sido preparador de opositores y estoy estudiando otra licenciatura, y afortunadamente no soy un caso aislado sino uno más.

Pero eso no importa, importan mis dos meses de vacaciones…

Sin otro particular… Un ex lector de Diario de Sevilla.

martes, 24 de marzo de 2009

La isla de las emociones

Hubo una vez una isla donde habitaban todas las emociones y todos los sentimientos humanos que existen. Convivían, por supuesto, el Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio... Todos estaban allí.

A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila y hasta previsible. A veces la Rutina hacia que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero muchas veces la Constancia y la Conveniencia lograban aquietar el Descontento.

Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, el Conocimiento llamó a reunión. Cuando la Distracción se dio por enterada y la Pereza llegó al lugar del encuentro, todos estuvieron presentes.
Entonces, el Conocimiento dijo:

–Tengo una mala noticia para darles: La isla se hunde.

Todas las emociones que vivían en la isla dijeron:

– ¡No, cómo puede ser! ¡Si nosotros vivimos aquí desde siempre!

El Conocimiento repitió:

–La isla se hunde.

– ¡Pero no puede ser! ¡Quizá estás equivocado!

–El Conocimiento casi nunca se equivoca –dijo la Conciencia dándose cuenta de la verdad. –Si él dice que se hunde, debe ser porque se hunde.

– ¿Pero qué vamos a hacer ahora? –se preguntaron los demás.

Entonces, el Conocimiento contestó:

–Por supuesto, cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo les sugiero que busquen la manera de dejar la isla... Construyan un barco, un bote, una balsa o algo que les permita irse, porque el que permanezca en la isla desaparecerá con ella.

– ¿No podrías ayudarnos? –preguntaron todos, porque confiaban en su capacidad.

–No –dijo el Conocimiento - la Previsión y yo hemos construido un avión y en cuanto termine de decirles esto volaremos hasta la isla más cercana.

Las emociones dijeron:

– ¡No! ¡Pero no! ¿Qué será de nosotros?

Dicho esto, el Conocimiento se subió al avión con su socia y, llevando de polizón al Miedo, que como no es tonto ya se había escondido en el motor, dejaron la isla.

Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un velero... Todas... salvo el Amor.

Porque el Amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo:

–Dejar esta isla... después de todo lo que viví aquí... ¿Cómo podría yo dejar este arbolito, por ejemplo? Ahh... compartimos tantas cosas...

Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio para irse, el Amor se subió a cada árbol, olió cada rosa, se fue hasta la playa y se revolcó en la arena como solía hacerlo en otros tiempos. Tocó cada piedra... y acarició cada rama...

Al llegar a la playa, exactamente desde donde el sol salía, su lugar favorito, quiso pensar con esa ingenuidad que tiene el amor: “Quizá la isla se hunda por un ratito... y después resurja... ¿por qué no?”

Y se quedó durante días y días midiendo la altura de la marea para revisar si el proceso de hundimiento no era reversible... La isla se hundía cada vez más...

Sin embargo, el Amor no podía pensar en construir, porque estaba tan dolorido que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería.

Se le ocurrió entonces que la isla era muy grande, y que aun cuando se hundiera un poco, siempre él podría refugiarse en la zona más alta...

Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había sido un problema para él.

Así que, una vez más, tocó las piedritas de la orilla... y se arrastró por la arena... y otra vez se mojó los pies en la pequeña playa que otrora fue enorme...

Luego, sin darse cuenta demasiado de su renuncia, caminó hacia la parte norte de la isla, que si bien no era la que más le gustaba, era la más elevada...

Y la isla se hundía cada día un poco más...

Y el Amor se refugiaba cada día en un espacio más pequeño...

–Después de tantas cosas que pasamos juntos... –le reprochó a la isla.

Hasta que, finalmente, sólo quedó una minúscula porción de suelo firme; el resto había sido tapado completamente por el agua.

Justo en ese momento, el Amor se dio cuenta de que la isla se estaba hundiendo de verdad. Comprendió que, si no dejaba la isla, el amor desaparecería para siempre de la faz de la Tierra...

Caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, el Amor se dirigió a la bahía.

Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había perdido demasiado tiempo en negar lo que perdía y en llorar lo que desaparecía poco a poco ante sus ojos.

Desde allí podría ver pasar a sus compañeros en las embarcaciones. Tenía la esperanza de explicar su situación y de que alguno de sus compañeros lo comprendiera y lo llevara.

Buscando con los ojos en el mar, vio venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. La Riqueza se acercó un poquito a la bahía.

–Riqueza, tú que tienes un barco tan grande, ¿no me llevarías hasta la isla vecina? Yo sufrí tanto la desaparición de esta isla que no pude fabricarme un bote...

Y la Riqueza le contestó:

–Estoy tan cargada de dinero, de joyas y de piedras preciosas, que no tengo lugar para ti, lo siento... –y siguió su camino sin mirar atrás.

El Amor se quedó mirando, y vio venir a la Vanidad en un barco hermoso, lleno de adornos, caireles, mármoles y florecitas de todos los colores. Llamaba muchísimo la atención.

El Amor se estiró un poco y gritó:

– ¡Vanidad... Vanidad... llévame contigo!

La Vanidad miró al Amor y le dijo:

–Me encantaría llevarte, pero... ¡tienes un aspecto!... ¡estás tan desagradable... tan sucio y tan desaliñado!... Perdón, pero creo que afearías mi barco- y se fue.

Y así, el Amor pidió ayuda a cada una de las emociones. A la Constancia, a la Sensualidad, a los Celos, a la Indignación y hasta al Odio. Y cuando pensó que ya nadie más pasaría, vio acercarse un barco muy pequeño, el último, el de la Tristeza.

–Tristeza, hermana –le dijo -tú que me conoces tanto, tú no me abandonarás aquí, eres tan sensible como yo... ¿Me llevarás contigo?

Y la Tristeza le contestó:

–Yo te llevaría, te lo aseguro, pero estoy taaaaan triste... que prefiero estar sola –y sin decir más, se alejó.

Y el Amor, pobrecito, se dio cuenta de que por haberse quedado ligado a esas cosas que tanto amaba, la isla iba a hundirse en el mar hasta desaparecer.

Entonces se sentó en el último pedacito que quedaba de su isla a esperar el final...

De pronto, el Amor escuchó que alguien chistaba:

–Chst-chst-chst... –

Era un desconocido viejito que le hacía señas desde un bote de remos.

El Amor se sorprendió:

–¿A mí? –preguntó, llevándose una mano al pecho.

–Sí, sí –dijo el viejito – a ti. Ven conmigo, súbete a mi bote y rema conmigo, yo te salvo.

El Amor lo miró y quiso explicar:

–Lo que pasó fue que yo me quedé...

–Yo entiendo –dijo el viejito sin dejarlo terminar la frase – sube.

El Amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla.

No pasó mucho tiempo antes de ver cómo el último centímetro que quedaba a flote terminó de hundirse y la isla desaparecía para siempre.

–Nunca volverá a existir una isla como ésta –murmuró el Amor, quizá esperando que el viejito lo contradijera y le diera alguna esperanza.

–No –dijo el viejo – como ésta, nunca.

Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor comprendió que seguía vivo. Se dio cuenta de que iba a seguir existiendo.

Giró sobre sus pies para agradecerle al viejito, pero éste, sin decir una palabra, se había marchado tan misteriosamente como había aparecido.

Entonces, el Amor, muy intrigado, fue en busca de la Sabiduría para preguntarle:

– ¿Cómo puede ser? Yo no lo conozco y él me salvó... Todos los demás no comprendían que me hubiera quedado sin embarcación, pero él me ayudó, él me salvó y yo ni siquiera sé quién es...

La Sabiduría lo miró a los ojos largamente y dijo:

–Él es el único que siempre es capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir. El único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse. El que te salvó, Amor, es el Tiempo.


JORGE BUCAY

jueves, 12 de marzo de 2009

La horca

Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero.

Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos.

Su padre siempre le advertía que sus amigos solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían.

Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyan un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa que decía:

PARA QUE NUNCA DESPRECIES LAS PALABRAS DE TU PADRE

Mas tarde, llamó a su hijo y lo llevó al establo y le dijo: ¡Esta horca es para ti!

Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella.

El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero, para no contradecir al padre, prometió, pensando que eso jamás podría suceder.

El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, pero, así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.

Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:

Ah, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde.

Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero, al menos esta vez, haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más...

Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó:

Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad...

Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta... Era el fin.

Pero el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente y el joven cayó al piso.

Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes, muchos brillantes...

La horca estaba llena de piedras preciosas y una nota también cayó en medio de ellas.

En ella estaba escrito:

Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre.

domingo, 8 de marzo de 2009

"Cómo olvidar una canción de Joaquín Sabina..."

“En las canciones de Sabina, siempre llenas de ingenio, se encuentran tesoros y se descubren cosas, pero sobre todo se reconocen cosas, se encuentran palabras que nos explican, llaves que abren nuestras propias puertas, mapas hacia nosotros mismos o hacia lo que nos gustaría ser…”

Benjamín Prado
(Con buena letra)

NOCHES DE BODA


Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.

Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.

Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.

viernes, 6 de marzo de 2009

Valorarse

Alfredo, con el rostro abatido de pensar, se reúne con su amiga Marisa en un restaurante a tomar un café. Deprimido descargó en ella sus angustias... que el trabajo, que el dinero, que la relación con su pareja, que su vocación... todo parecía estar mal en su vida.

Marisa introdujo la mano en su cartera, sacó un billete de 100 euros y le dijo: -"Alfredo, quieres este billete?"

Alfredo, un poco confundido al principio, le dijo: -"Claro Marisa... son 100 euros, ¿quién no los querría?" Entonces Marisa tomó el billete en uno de sus puños y lo arrugó hasta hacerlo un pequeño bollo.

Mostrando la estrujada pelotita verde a Alfredo volvió a preguntarle: -"¿Y ahora igual lo quieres?"

-"Marisa, no sé qué pretendes con esto, pero siguen siendo 100 euros, claro que los tomaré si me lo entregas."

Entonces Marisa desdobló el arrugado billete, lo tiró al piso y lo restregó con su pie en el suelo, levantándolo luego sucio y marcado. -"¿Lo sigues queriendo?"

-"Mira Marisa, sigo sin entender que pretendes, pero ese es un billete de 100 euros y mientras no lo rompas conserva su valor..."

-"Entonces Alfredo, debes saber que aunque a veces algo no salga como quieres, aunque la vida te arrugue o pisotee SIGUES siendo tan valioso como siempre lo hayas sido ... lo que debes preguntarte es CUÁNTO VALES en realidad y no lo golpeado que puedas estar en un momento determinado".

Alfredo se quedó mirando a Marisa sin atinar con palabra alguna mientras el impacto del mensaje penetraba profundamente en su cerebro. Marisa puso el arrugado billete de su lado en la mesa y con una sonrisa cómplice agregó:

-"Toma, guárdalo para que te recuerdes de esto cuando te sientas mal... Pero me debes un billete nuevo de 100 euros para poder usar con el próximo amigo que lo necesite!" Le dio un beso en la mejilla a Alfredo -quien aún no había pronunciado palabra- y levantándose de su silla se alejó rumbo a la puerta.

Alfredo volvió a mirar el billete, sonrió, lo guardó en su billetera y dotado de una renovada energía llamó al mesero para pagar la cuenta.
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