domingo, 28 de septiembre de 2008

Quiero...

Quiero que me oigas sin juzgarme.

Quiero que opines sin aconsejarme.

Quiero que confíes en mí sin exigirme.

Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mí.

Quiero que me cuides sin anularme.

Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mí.

Quiero que me abraces sin asfixiarme.

Quiero que me animes sin empujarme.

Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mí.

Quiero que me protejas sin mentiras.

Quiero que te acerques sin invadirme.

Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten, que las aceptes y no pretendas cambiarlas.

Quiero que sepas…que hoy puedes contar conmigo…

Sin condiciones.

Jorge Bucay
(Cartas para Claudia)

jueves, 25 de septiembre de 2008

Obstáculos en nuestro camino

Hace mucho tiempo, un rey andando de camino, se encontró en medio del mismo con una gran roca obstaculizando un camino. Entonces se escondió y miro para ver si alguien quitaba la tremenda roca.

Algunos de los comerciantes mas adinerados del rey y cortesanos vinieron y simplemente lo dieron una vuelta.

Muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino.

Entonces llegó un campesino, que llevaba una carga de verduras. Al aproximarse a la roca, el campesino puso su carga en el piso y trato de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, logró quitarla del medio.

Mientras recogía su carga de vegetales, el notó una cartera en el piso, justo donde había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que hiciera el esfuerzo de remover la piedra del camino.

El campesino aprendió lo que los otros nunca entendieron. Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar la condición de uno.

Si alguna vez encuentras dificultades, lucha, esfuérzate. Si te caes, levántate y sigue adelante!

martes, 23 de septiembre de 2008

Las tres rejas

El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa y le dice a éste:

-Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia…

-¡Espera!-le interrumpe el filósofo-. ¿Hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?

-¿Las tres rejas?- preguntó el discípulo.

-Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?

-No. Lo oí comentar a unos vecinos.

-Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguien?

-No, en realidad no. Al contrario.

-¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?

-A decir verdad, no.

-Entonces- dijo el sabio sonriendo-, si no es verdad, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El árbol de los amigos

Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas las vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.

Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá y nos muestran lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros. Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.

Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace felices. Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.

Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca. Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.

El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino. Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y siempre. Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros.

Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El paradigma de la riqueza

Un hombre muy rico llevó a su hijo a hacer un recorrido por sus tierras con el propósito de que el hijo, al ver lo pobre que era la gente del campo, comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos.

Estuvieron por espacio de todo un día y una noche en una granja de una familia campesina muy humilde.

Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre le preguntó a su hijo:

- ¿Qué te pareció el viaje?

- Muy bonito, papá.

- ¿Viste qué pobre y necesitada puede ser la gente?

- Sí.

- ¿Y qué aprendiste?

- Vi que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, y ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo, y casi nunca os veo.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo, y su hijo agregó:

-¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser.


“Quizá no seas rico, pero tal vez tengas la posibilidad de gozar de otras riquezas y estar libre de las esclavitudes a que se ven sometidos ciertos ricos” (“Regálame la salud de un cuento”, José Carlos Bermejo)

Síndrome de los veintitantos

Después de muchos días dejando cuentos, hoy os voy a dejar una reflexión que me ha llegado esta mañana por mail…

La llaman la “crisis del cuarto de vida”.

Te empiezas a dar cuenta que tu círculo de amigos es más pequeño que hace unos años.

Te das cuenta de que cada vez es más difícil ver a tus amigos y coordinar horarios por diferentes cuestiones: trabajo, estudios, pareja, etc., y cada vez disfrutas más de esa cervecita que sirve como excusa para charlar un rato.

Las multitudes ya no son “tan divertidas”… a veces hasta te incomodan.

Y extrañas la comodidad del colegio, de los grupos, de socializar con la misma gente de forma constante.

Pero te empiezas a dar cuenta de que mientras algunos eran verdaderos amigos, otros no eran tan especiales después de todo.

Te empiezas a dar cuenta de que algunas personas son egoístas y que, a lo mejor, esos amigos que creías cercanos no son exactamente las mejores personas que has conocido y que la gente con las que has perdido contacto resultan ser amigos de los más importantes para ti.

Ríes con más ganas, pero lloras con menos lágrimas, y con más dolor. Te rompen el corazón y te preguntas cómo esa persona que quisiste tanto te pudo hacer tanto mal.

O quizás te acuestas por las noches y te preguntas por qué no puedes conocer a alguien lo suficientemente interesante como para querer conocerlo mejor.

Parece como si todos los que conoces ya llevan años de novios, y algunos hasta empiezan a casarse. Quizá tú también amas realmente a alguien, pero simplemente no estás seguro si te sientes preparado para comprometerse por el resto de tu vida.

Los ligues y las citas de una noche te empiezan a parecer baratos, y emborracharse y actuar como un idiota empieza a parecerte verdaderamente estúpido.

Salir tres veces por fin de semana resulta agotador y significa mucho dinero para tu pequeño sueldo.

Miras tu trabajo y quizás no estés ni un poco cerca de lo que pensabas que estarías haciendo.

O quizá estés buscando algún trabajo y piensas que tienes que comenzar desde abajo y te da un poco de miedo.

Tratas día a día de empezar a entenderte a ti mismo, sobre lo que quieres y lo que no. Tus opiniones se vuelven más fuertes. Ves lo que los demás están haciendo y te encuentras a ti mismo juzgando un poco más de lo usual porque de repente tienes ciertos lazos en tu vida y añades cosas a tu lista de lo que es aceptable y de lo que no lo es.

A veces te sientes genial e invencible, y otras… te sientes sólo, asustado y confundido.

De repente tratas de aferrarte al pasado, pero te das cuenta de que el pasado cada vez se aleja más y que no hay otra opción que seguir avanzando.

Te preocupas por el futuro, préstamos, dinero… y por hacer una vida para ti. Y mientras ganar la carrera sería grandioso, ahora tan solo quisieras estar compitiendo en ella.

De lo que puede que no te des cuenta es que todos los que estamos leyendo esto nos identificamos con ello. Todos nosotros tenemos “veintitantos” y nos gustaría volver a los 15 algunas veces.

Parece ser un lugar inestable, un camino en tránsito, un desbarajuste en la cabeza… pero TODOS dicen que es la mejor época de nuestras vidas y no tenemos que desaprovecharla por culpa de nuestros miedos.

Dicen que estos tiempos son los cimientos de nuestro futuro.

Parece que fue ayer que teníamos 16… ¿¡Entonces, mañana tendremos 30!? ¿¿¡¡Así de rápido!!??

HAGAMOS VALER NUESTRO TIEMPO… ¡QUE NO SE NOS PASE!

"La vida no se mide por las veces que respiras, sino por aquellos momentos que te dejan sin aliento…"

Cicatrices de amor

Era un caluroso día de verano, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró al agua y nadaba feliz. No se daba cuenta de que un cocodrilo se le acercaba.

Su mamá, desde la casa, miraba por la ventana y vio con horror lo que sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndola, el niño se alarmó y giró nadando hacia su mamá. Pero fue demasiado tarde.

Desde el muelle, la mamá agarró al niño por sus brazos justo cuando el caimán le agarraba sus piernecitas. La mujer tiraba de los brazos del niño con todas sus fuerzas. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada, y su amor no la abandonaba.

Un hombre que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al cocodrilo.
El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.

Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si quería enseñarle las cicatrices de sus pies. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo, se remangó las mangas y, señalando hacia las cicatrices en sus brazos, le dijo:

-Pero las que usted debe ver son éstas.

Eran las marcas de las uñas de su mamá, que habían presionado con fuerza en sus brazos.

-Las tengo porque mamá no me soltó y me salvo la vida.

martes, 9 de septiembre de 2008

Los niños estaban solos

Su madre se había marchado por la mañana temprano y los había dejado al cuidado de Marina, una joven de dieciocho años a la que a veces contrataba por unas horas para hacerse cargo de ellos a cambio de unos pocos pesos. Desde que el padre había muerto, los tiempo eran demasiado duros como para arriesgar el trabajo faltando cada vez que la abuela se enfermara o se ausentara de la cuidad.

Cuando el novio de la jovencita llamó para invitarla a un paseo en su coche nuevo, Marina no dudó demasiado. Después de todo, los niños estaban durmiendo como cada tarde, y no se despertarían hasta la cinco.

Apenas escuchó la bocina cogió el bolso y descolgó el teléfono. Tomó la precaución de cerrar la puerta del cuarto y se guardó la llave en el bolsillo. Ella no quería arriesgarse a que Pancho se despertara y bajara las escaleras para buscarla, porque después de todo tenía sólo seis años y en un descuido podía tropezar y lastimarse. Además, pensó, si eso sucediera, ¿cómo le explicaría a la madre que el niño no la había encontrado?

Quizás fue un cortocircuito en el televisor encendido o en alguna de las luces de la sala, o tal vez una chispa del hogar de leña; el caso es que cuando las cortinas empezaron a arder el fuego rápidamente alcanzó la escalera de madera que conducía a los dormitorios.

La tos del bebé debido al humo que se filtraba por debajo de la puerta lo despertó. Sin pensar, Pancho saltó de la cama y forcejeó con el picaporte para abrir la puerta pero no pudo.

De todos modos, si lo hubiera conseguido, él y su hermano de meses hubieran sido devorados por las llamas en pocos minutos. Pancho gritó llamando a Marina, pero nadie le contestó su llamada de auxilio. Así que corrió al teléfono que había en el cuarto (él sabía como marcar el número de su mamá) pero no había línea.

Pancho se dio cuenta que debía sacar a su hermanito de allí. Intentó abrir la ventana que daba a la cornisa, pero era imposible para sus pequeñas manos destrabar el seguro y aunque lo hubiera conseguido aún debía soltar la malla de alambre que sus padres habían instalado como protección.

Cuando los bomberos terminaron de apagar el incendio, el tema de conversación de todos era el mismo:“¿Cómo pudo ese niño pequeño romper el vidrio y luego el enrejado con el perchero? ¿Cómo pudo cargar al bebé en la mochila? ¿Cómo pudo caminar por la cornisa con semejante peso y bajar por el árbol? ¿Cómo pudo salvar su vida y la de su hermano? “

El viejo jefe de bomberos, hombre sabio y respetado les dio la respuesta:-Panchito estaba solo... No tenía a nadie que le dijera que no iba a poder.

JORGE BUCAY

viernes, 5 de septiembre de 2008

Obstáculos



AUTOR: Jorge Bucay (Cuentos para pensar)

Este texto que reproduzco aquí no es en realidad un cuento, sino más bien una meditación guiada, diseñada en forma de ensueño dirigido, para explorar las verdaderas razones de algunos de nuestros fracasos. Me permito sugerirte que lo leas lentamente, intentando detenerte unos instantes en cada frase, visualizándote en cada situación.

Voy andando por un sendero.

Dejo que mis pies me lleven.

Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.

Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad.Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.

Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.

Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso.Temo... dudo.

Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.

Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino.Me detengo. Imposible saltarlo.

Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto.

Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños...

Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.

Me recuerda a mí mismo... cuando era niño.

Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?

El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí? Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.

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